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El Dragón Peregrino.

Todo partió de su rechazo a leer, el mismo que se convirtió en una de sus nuevas adicciones. Se perdió en ello, entre nuevos mundos.

En ellos intercambia pedazos de su antiguo ser, tomando partes de esas dimensiones. Generando en el ella que hay en él, empoderamiento, mutaciones cuánticas, emociones biónicas.

Llegó a intercambiar órganos completos, uno de ellos, el que aporta mejores impresiones, los ojos. Ahora más negros, capaces de capturar más luz. Luz que muestra la ilusión del tiempo y que también permite llorar como infante, por alegrías o tristezas. Ver los matices con más vida, incluso los más oscuros. Le regalaron la posibilidad de ver incluso en la descomposición toda su belleza.

Dentro de su vida, pudo ver sus sombras. Pudo reconocerlas. Esa posibilidad en parte se la agradece a Isabel, quien en una noche de discusión literaria, le abrió la puerta a la oportunidad de ver sus sombras, perfectas como bellas perlas, únicas e inigualables, tan valiosas que es incalculable.

Después de que él le confesó su necesidad de postular siempre sus “verdades”; ella le preguntó respetuosamente: - “¿Y quién te dijo que a la gente le importa lo que tú piensas?”.

Lo cual lo dejó en un silencio que duró milenios, aunque el reloj marcara apenas no más de 3 segundos… Luego de ese navegar por el tiempo, abrió aún más sus ojos, como aquel que encuentra un tesoro, y respondió: -“O sea, que si a la gente no le importa lo que yo pienso, a partir de ahora deja de importarme lo que el mundo piense de mí.”  “¡JA!.” Pujó y sonrió victorioso.  Ella responde a su sonrisa con un gesto facial de aprobación. Cesa la discusión y de nuevo se interna en “Los 4 acuerdos” de Miguel Ruiz.

 

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Desde ese momento y lugar, nada fue como antes, nada se repitió, todo se renovó. Cada amanecer es nuevo, cada segundo, cada minuto, cada hora, cada noche y cada sueño, se convierten en un metro de tierra. Sepulta el pasado a medida que va sucediendo. Muere y resucita, renace con cada puesta y salida de sol.

Y así, comienza el viaje sin retorno de una de las partes de la infinita consciencia. Crecimiento que se mantiene mientras siga navegando hacia adentro más que hacia fuera.

Reconstrucción constante, demoliciones programadas, renovaciones contundentes, despertares de la vida con cada amanecer, amando con seguridad la noche oscura que lo precede.

Atento al pan que la vida diariamente tiene para todos. Siendo diferente al cerdo que no da buen provecho a las perlas. Amando-se, siendo amor.

Acaya.

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